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Cuando el toro llega a la plaza ya todo está dispuesto para el sacrificio. Los banderilleros levantan los brazos y estiran la espalda, los picadores montan en sus caballerías acorazadas, el torero sopesa la espada y se acaricia los alamares. La gente bulle nerviosa, la bandera ondea, don Guido fuma excitado, un mozo de espadas se santigua en el burladero y la banda de música entona un pasodoble.

Oraciones, bostezos y embestidas, los españoles amantes de las tradiciones no soportan que a los toros te lleves la minifalda ni que les modifiquen el protocolo. Cuando alguien se atreve, se engendra un coro de voces estomagante y nauseabundo, se muestra en acción esa rabia clasista que cincela el idioma y coagula en palabras el odio y la burla. El desprecio estalla en una lengua de combate sin matices, que usa todos los medios para forzar el juicio de los espectadores, que gritan y aplauden hasta arrugarse la golilla.

Barbas apostolicas calvas y coletas
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El presente y el pasado pluscuamperfecto de la fiesta nacional no se tocan. El blindaje de nuestras tradiciones se compone de políticos corruptos, periodistas entregados, medios de comunicación quincalleros y sectarios, intelectuales lánguidos y sobones, tertulianos con mentiras en la manga, perrillos falderos del verdadero e intocable poder, que los premia y agasaja con orejas y rabos. Hay para todos.

El vano ayer ha engendrado un presente que manosea la añoranza melancólica de lo que nunca existió, que defiende siempre al torero. Huele a sangre en la arena.

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El pasado nunca muere. No es ni siquiera pasado.
William Faulkner

A mis amigos.

Campana sobre campana pasó la navidad, brotaron las rebajas de enero, susurró tristemente el carnaval y vino la primavera casi sin que nadie supiera cómo ha sido. Unas olas llegan y otras que se van, las princesas se inmunizan con la vacuna china y dejamos de reírnos de la tecnología oliental, se convocan elecciones en Madrid y el mundo vuelve a girar alrededor de su ombligo, unos que ríen y otros llorarán, Rociíto sufre y el emérito se siente solo en Abu Dabi.

Ni siquiera pasado
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Mientras tanto, en un rincón del imperio poblado por irreductibles hispanos, seguimos dejando que inventen ellos y nos encasquetamos bien la mascarilla y la boina.

Il mondo non si e´fermato mai un momento y nosotros paseamos nuestra sonrisa escondida con las manos en los bolsillos y encogidos los hombros, preguntándonos cómo ha podido pasar todo tan rápido.

Vinimos aquí con los pantalones cortos de un franquismo que no recordamos, floreció la transición y las huelgas y las manifestaciones, después vinieron el paro y el desencanto, las drogas se llevaron de un bocado a muchos de los nuestros, y luego el SIDA, y en 1986 volvimos a aprender que es posible tener razón y, aun así, sufrir la derrota, y que hay momentos en que el coraje no tiene recompensa. Bailamos, jugamos con fuegos de colores, luchamos, fuimos derrotados en cien batallas y nos rendimos muchas veces. Aprendimos que lo habitual es perderse y perder. No future. Supervivientes. Fuimos poetas, rockeros, sospechosos y punkis. Surgió internet, aparecieron los móviles y nos mofamos de los gilipollas que hablaban con el teléfono por la calle. Sísifos sonrientes, aceptamos el absurdo y la incoherencia como fondo de pantalla. Vivimos un par de años por encima de nuestras posibilidades y nos hicieron pagarlo,

y cómo.

Viejos leopardos chamuscados, sin querer disimular nuestras manchas, asaltamos la esperanza y volvimos a ser vencidos. Triunfaron de nuevo lo visceral, la alogia, el espectáculo y la simpleza burda, Trump y la posverdad digital, mientras nosotros mirábamos absortos nuestros elegantes mandalas de arena una vez más barridos por el nuevo vendaval.

Cuando parecía que nada podía sorprendernos explotó el COVID y sus cárceles y el Cádiz subió a primera. Aprendimos lo bonito que resultaba pasear y volvimos a vagar enmascarados y lejanos.

Y campana sobre campana, llegó la navidad.

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Siempre llevo prisa. Siempre voy rápido. Acelerado, no soporto ir detrás de nadie. Vuelo con el coche, esquivo a los tranquilos paseantes con fintas propias de Stephen Curry. Yo no paseo, corro despacio. Fluyen edificios a derecha e izquierda con pájaros enjaulados en celdas privadas. Miro las máscaras que adelanto fulgurante o que se cruzan brevemente en mi camino. Máscaras de gente normal y de gente con banderitas de España. Banderitas en la mejilla izquierda, banderas tapando bocas, pequeñas banderillas como legañitas bajo párpados de mirada altiva. Al final era verdad eso de que las máscaras enseñan más de lo que esconden. Tras ellas se ocultan rencores agazapados y fobias rancias.Yo pensaba que éramos personas capaces de ver el lado bueno hasta en una celda de aislamiento, «la rugosidad de este encofrado de hormigón no la tienen otras cárceles, además, los gusanos le otorgan al puré de patatas una suave textura». Pero no, en cuanto se escuchan frases altisonantes y vacuas en boca de un macho alfa, corren indignados a ponerse una banderita y se les pone cara de haber dado una conferencia titulada «cómo llegué a ser tan listo». No me importa, yo paso rápidamente y solo queda un fugaz destello rojigualdo en mi hipocampo. 

Diego post 1
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Se venden muy bien las banderas de España últimamente. Casi todas están hechas en China. Benjamin dijo que somos imágenes que piensan (unos más y otros menos, apostillo) y puede que tuviese razón, o no. Las imágenes son reveladoras. Cuando era joven (¿más?) recuerdo como un fogonazo edificios en construcción rematados con una bandera roja. Si miras hoy para arriba, solo ves banderas de España. Hemos olvidado los sueños que tuvimos antes de esta narcosis.

Tropiezo y me caigo (eso me pasa por mirar las nubes). Siempre ando tropezando, continuamente, a cada paso, en cada cosa, hasta cuando ya no queda camino. Pero esto es vivir. Si no tropiezas es que te has convertido en una zamburiña.  

Lo malo no es tropezar, es que hemos perdido el testigo, extraviados entre Escila y Caribdis, susto o muerte. 

Los dueños del edificio deben estar muertos de risa. 

Menos mal que voy deprisa.

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Un viejo chiste de físicos dice que la fusión nuclear es la energía del futuro y siempre lo será. Algo parecido podemos decir sobre nuestra clarividencia para conocer el porvenir. Nadie fue capaz de pronosticar la caída del muro de Berlín, la desintegración de la URSS o los atentados de las Torres Gemelas. Ninguno de nosotros tuvo la capacidad de saber, hace seis meses, lo que se avecinaba. Hoy es casi imposible pronosticar cómo se desarrollará la función de mañana, si caerá o no el equilibrista, porque nos hemos dado cuenta de que el futuro es por momentos más oscuro que el imaginado. Porque somos conscientes de que el mañana es un cisne negro.

La teoría del Cisne Negro fue desarrollada por Nassim Nicholas Taleb para explicar el desproporcionado impacto de los eventos extraños e inesperados en la historia y los sesgos psicológicos que hacen a las personas ciegas -individual y colectivamente – a esta incertidumbre, inconscientes del crucial papel de lo imprevisible en los asuntos históricos. Es también una metáfora que encierra el concepto de que cuando un suceso es una sorpresa y tiene un gran impacto, después del hecho, este acontecimiento es racionalizado retrospectivamente.

El capitan a posteriori y el cisne negro
Fotografía: S.Hermann & F. Richter de Pixabay

El cisne negro es, pues, la sorpresa y la explicación sobrevenida, el terremoto y nuestra ablepsia. Es nuestro miedo y la necesidad de amparo, de sentirnos seguros sin monstruos bajo la cama. Según esta teoría, al fin y al cabo, todos somos como el famoso capitán A Posteriori, un personaje de la serie de dibujos animados South Park, una celebridad que llega volando con su capa al lugar donde está ocurriendo un desastre y, entre suspiros de alivio de los presentes, analiza cómo podía haberse evitado la tragedia, marchándose entre vítores, aclamado por todos.

Como él, muchos expertos en Facebook prescriben hoy las soluciones que se debieron tomar. También leemos a muchos auríspices que desde enero vieron venir la pandemia, convencidos de que pasaría, de que habría que haber actuado antes; personas que en febrero reenviaban chistes sobre la gripe aviar, el SARS o el ébola y hoy se indignan casi tanto como su chófer. Solo hay que hacer un pequeño esfuerzo de memoria para recordar que muchos de nuestros actuales capitanes consideraron en su momento que la pandemia era una estrategia sensacionalista y de distracción, que no estaba justificada tanta alarma*.

Lo más triste, o más cómico, es que esto no es ninguna extravagancia, es parte de nuestra naturaleza, ha ocurrido y volverá a suceder. Somos así. Todos necesitamos, de alguna manera, tener la seguridad de que controlamos nuestra realidad, de que no vivimos en un continuo y caótico remolino donde el aleteo de una mariposa puede provocar un tornado en la otra esquina del mundo, donde lo indeterminado y lo aleatorio no manejan nuestras piruetas mortales sin una red que nos proteja. Necesitamos explicar el pasado, darle forma para contemplar el futuro sin ese vértigo. Pero es entonces cuando llega el peligro, la explicación simplista que juega con lugares comunes y proporciona invocaciones con efectos balsámicos. Thomas Hobbes lo definió como el “discurso insignificante”, palabras que no significan nada, destinadas deliberadamente a engañar, sermones plagados de pomposos animales metafísicos que ofrecen esencias inmutables mediante las que despistarnos, ficciones que pueden ser de cierta utilidad instrumental para ciertos menesteres pero que son, es preciso no olvidarlo, palabras que cada cual llena con sus propios contenidos emotivos y biográficos.

Virginia Woolf escribió que “es más difícil matar a un fantasma que a una realidad”. Tomás y Valiente también nos dijo que fuésemos precavidos con las palabras porque ellas preparan el camino de las balas. Cuidado, cuando se invoca a la libertad o a la patria con espuma en la boca, lo realmente difícil es que no empiece a desperezarse un cisne negro.

*Dos breves ejemplos:

El Mobile World Congress 2020 se suspendió a mediados de febrero mientras el secretario de Salud Pública de Cataluña, Joan Guix, (doctor en medicina y especialista en medicina preventiva) denunció una “epidemia mediática y de miedo”. De hecho, el 9 de marzo todavía insistía en que «en absoluto» había que cerrar guarderías, escuelas y universidades como decidieron otras comunidades autónomas. «En el momento actual no. Nos sigue preocupando más la gripe que el coronavirus», remachó.

El Congreso Europeo de Oficina de Farmacia y el Salón de Medicamentos y Parafarmacia, Infarma, estaba previsto para el 10 de marzo en Madrid. Acudirían unos 30.000 profesionales del sector farmacéutico y 400 empresas. Pues bien, Luis González, presidente del Colegio de Farmacéuticos de Madrid (ente que organizaba la cita), aseguró el 3 de marzo que Infarma «seguirá adelante sin ningún problema».

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Platón dibuja una alegoría sobre el conocimiento en el llamado mito de la caverna. En ella, describe a un grupo de hombres prisioneros desde su nacimiento, sujetos con cadenas de forma que únicamente pueden mirar hacia la pared del fondo de la cueva, sin poder nunca girar la cabeza. Justo detrás de ellos hay un muro con un pasillo y seguidamente, y por orden de cercanía respecto de los hombres, una hoguera y la entrada de la gruta. Gracias a la iluminación de la hoguera, las sombras se proyectan en la pared que los prisioneros pueden ver.

Estos hombres encadenados consideran que estas sombras de los objetos son la única realidad, ellos están condenados a tomar únicamente por ciertos todos y cada uno de los contornos proyectados ya que no pueden conocer nada de lo que ocurre a sus espaldas.

Ayer recordé al filósofo ateniense cuando leí en la prensa la repercusión que había tenido la expulsión de un participante de un popular concurso televisivo. Frente a una cruda realidad cotidiana y a un futuro tan incierto, la máxima preocupación de miles de personas (cuatro millones, según los datos de audiencia) se centraba en un grupo de bronceados y controvertidos jugadores y en sus polémicos vínculos interpersonales.

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Imagen de Thomas B. en Pixabay

Como en estos días he tenido algún tiempo para la reflexión (o lo que sea que hago cuando duermo) y el asueto (qué palabreja) también me he dedicado a la obligada visita de las redes sociales, con sus bulos, sus fakes y sus iracundos mensajes. La realidad aquí se nos presenta bajo un aluvión de imágenes, una sucesión imparable de opiniones y noticias. Todo pasa deprisa e, invariablemente, los sucesos se iluminan, fluyen y se extinguen con rapidez. Sin embargo, este fuego voraz que parece no perdonar nada, no es capaz de iluminar las tinieblas. Todo lo contrario, tras cada visita queda esa sensación pastosa y turbia de la resaca, la desazón de encontrarse arrastrado por el tumulto, el incómodo presentimiento de haber olvidado algo.

Cierto que es necesario evadirse y que a veces una buena falsa historia es más seductora que esta mustia realidad, pero no es menos cierto que estamos más cerca que nunca de aquel mundo  anunciado por Aldous Huxley. En su novela Un mundo feliz, la información, las sensaciones y las distracciones eran tantas que la gente vivía en un mar de irrelevancia, era conducida hacia la pasividad y la sumisión a través del placer. Por doquier y en cualquier momento, la publicidad, la televisión, las redes, internet, nos están proponiendo la euforia permanente, la distracción constante, una vida fácil, donde lo que no podemos ni debemos nunca es aburrirnos y fracasar. Es una constante incitación propagandística a pensar que nuestra existencia es un juego y que vivir consiste solo en jugar (y ganar) y caer en el tedio es el mayor pecado: “diviértete hasta morir”, como escribió Neil Postman…En esas realidades paralelas vivimos, ahora más intensamente que nunca, metidos en nuestra cuevita particular, jugando a la play en vez de patear un balón, acertando preguntitas de relleno en vez de estudiar, leyendo frases pretendidamente elocuentes pero no ser capaces de leer un libro o un simple artículo, copiar y pegar sin saber lo que estás escribiendo, ver fotos retocadas, acariciar con los ojos lindos gatitos (sin la molestia de los pelos) o paisajes idílicos (sin mosquitos), perdiendo el contacto poco a poco con la cruda realidad de la caverna, viendo y formando con nuestras manos sombras chinescas… conectados, huraños y felices.

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Carl Sagan en su libro El mundo y sus demonios, afirma que en las salas de espera de los hospitales se producen más curaciones espontáneas que en Lourdes.

El 82% de los estadounidenses cree que rezar puede curar las enfermedades graves, un 73% cree que rezar por otras personas puede curar una enfermedad y el 64% desea que los médicos recen por ellos. No conozco estadísticas similares para España pero mucho me temo que los resultados no serían muy distintos.

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Fotografía: Fran Delgado

En 1872, Francis Galton, primo de Darwin, fue el primero en analizar científicamente la eficacia del rezo. Comprobó que cada domingo, en iglesias de toda Inglaterra, congregaciones completas rezaban públicamente por la salud de la familia real. Su hipótesis era que, de ser efectiva la plegaria, los reyes deberían vivir más que otros grupos comparables. Sus estadísticas demostraron que los soberanos vivían menos tiempo que los miembros de la alta burguesía.

Más recientemente, en el año 2005, el físico Russell Stannard (un reconocido científico creyente británico) lanzó una ambiciosa iniciativa (financiada por la todopoderosa Fundación Templeton) para someter a prueba experimentalmente la efectividad de la oración.

Bajo el liderazgo del cardiólogo Hebert Benson, un equipo de investigadores monitorizó a mil ochocientos dos (1.802) pacientes en seis hospitales, a todos se les había practicado cirugía coronaria de bypass.

Los pacientes fueron divididos en tres grupos. El grupo Uno recibió rezos sin saberlo. Por el grupo Dos (el grupo de control) nadie rezó. El grupo Tres recibió rezos y todos sus miembros sabían que se rezaba por ellos. La comparación entre los grupos Uno y Dos examina la eficacia de la plegarias. Los resultados del grupo Tres proporciona los posibles efectos psicosomáticos de saber que están rezando por uno.

Los rezos fueron hechos por las congregaciones de tres iglesias; una en Minnesota, una en Massachusetts, y una en Missouri; todas distantes de los tres hospitales. A los individuos que rezaban se les dio únicamente el nombre y la primera letra del apellido de cada paciente por el que debían rezar y se les dijo que incluyeran en sus plegarias, la frase: “por una exitosa cirugía con una rápida y saludable recuperación sin complicaciones”. Todo muy pautado.

Los resultados, publicados en la revista científica American Heart Journal de abril de 2006, fueron claros. No existió diferencia entre aquellos pacientes por quienes se rezó y aquellos que no recibieron rezos. Sin embargo, y esto es lo más curioso, sí existió una diferencia entre aquellos que sabían que se estaba rezando por ellos y los que no sabían si se estaba rezando o no por ellos: aquellos que sabían que eran beneficiarios de los rezos, sufrieron significativamente más complicaciones que los demás.

¿Se enfadó Dios por la duda expresada en el estudio? ¿Quiso castigar a los científicos por haberse gastado dos millones y medio de dólares en una estupidez? Puede que sí, pero parece más probable que los pacientes que sabían que se estaba rezando por ellos sufrieran un estrés adicional, “ansiedad de desempeño”, como dijeron los experimentadores. El doctor Charles Bethea, uno de los investigadores, dijo: “Puede haberles producido incertidumbre, al hacerles pensar: ¿estoy tan enfermo que tuvieron que llamar a todo un equipo de orantes?”

Así que, si te ves pachucho, llama a un buen médico, ve a un buen hospital público y solo reza por alguien que de verdad lo merezca (y que se entere).

Dawkins, Richard: El espejismo de Dios, Espasa, Barcelona, 2012

https://www.xatakaciencia.com/otros/rezar-no-cura-confirmado

https://www.bbc.com/mundo/noticias/2012/03/120320_muamba_poder_oracion_cr

https://www.tendencias21.net/Dos-nuevos-estudios-analizan-los-efectos-de-la-oracion-sobre-la-salud_a949.html

https://www.xatakaciencia.com/no-te-lo-creas/la-ineficacia-de-la-oracion-religiosa-o-lo-tremendamente-complicado-que-es-distinguir-el-placebo