No sé de quién es la frase “De cerca, nadie es normal”, pero me encanta. Y creo que me estoy quedando corto, porque en realidad no me canso de repetirla: “De cerca, nadie es normal. De cerca, nadie es normal”. ¿No es fabuloso que cinco palabras se basten para poner en solfa una idea tan puñetera? Porque ha llegado la hora. Hay que empezar a asumir que, química aparte, la normalidad no existe. Admitamos de una vez que estamos ante otro falso dios, ante una entelequia. O como reza la frase de más arriba: ese espejismo que se desvanece a medida que avanzamos. Así que os invito a salir juntos de este armario.
No debemos olvidar que, a pesar de un nombre tan categórico y del poder que le concedemos, la normalidad es solo una convención. En nuestro día a día, nos suele bastar con entendernos someramente, siempre dentro de una comunicación rápida y directa. Es decir, hacemos con la realidad lo que con el Pedro Ximénez, una reducción. Confiamos que el resultado nos ayudará a tragar cualquier plato. No contentos con ello, también generalizamos más de lo que admitimos y, ya sea de un modo consciente o no, manejamos un alto número de tópicos y clichés. Es como si nos sintiésemos más cómodos gestionando una realidad etiquetada, encajonada, subdividida… Solo en este contexto de pereza intelectual, que Machado se pasó la vida echándonos en cara, puede entenderse la supervivencia de una idea tan comodona como es la normalidad.
Y es que filtrar el mundo a través de la normalidad puede que tenga sus ventajas, pero también serios inconvenientes. Millones de matices esenciales quedan fuera del tamiz, aunque con todo, este no es el problema más serio. El uso continuado de sus parámetros acabará por hacernos creer que la normalidad es toda la realidad posible. Al final, aparentar normalidad se nos revelará como el único modo de protegernos de nuestras propias rarezas. Y ninguno de nosotros está capacitado para luchar toda una vida a contracorriente. Por rebeldes que seamos, acabaremos acatando las normas del club de las personas normales y socialmente aceptadas.
Pero ya dijimos que la normalidad es una mera convención y, por tanto, un fenómeno subjetivo y cambiante. A lo largo de la historia se llegó a encontrar normal los atropellos más inverosímiles. En la Grecia Clásica, por ejemplo, la pederastia formaba parte de una tradición aristocrática y educativa. Las familias más pudientes se disputaban el ingreso de sus hijos en las mejores academias, donde eran iniciados por sus viejos profesores en todos los aspectos de la vida, incluido el sexo. De modo que si un crío era admitido en la escuela de Mileto, la misma rima ya te estaba diciendo a qué acabarían jugando él. Y eso que hablamos de la Grecia clásica, cuna de la democracia y la civilización occidental. La normalidad previa a Atenas no es apta para todos los estómagos.
Aunque, quién dijo miedo, echémosle un vistazo a la vieja Historia del Hombre. Esa que se escribe con pan de oro sobre libros forrados en piel. Pronto vemos que es una calamidad. Y la razón se encuentra en su título mismo, en la normalidad con que siempre se ninguneó a la mujer, sobre todo en la toma de decisiones importantes. Creo que no somos lo bastante conscientes, no ya de la sistemática injusticia cometida con un grupo que supone la mitad de la población mundial, sino de la verdadera catástrofe histórica que fue la normalización del patriarcado y su directa consecuencial, el machismo. El belicismo masculino plagó la Historia de guerras, a cual más sanguinaria, de asedios, saqueos, asesinatos, torturas, violaciones… Y todo generando un dolor capaz de propulsar una misión tripulada a Saturno. Al final, solo una idea de progreso y practicidad puso fin a semejante carnicería: el invento de la esclavitud. Fue un negocio de lo más redondo y normal durante milenios.
Pero terminemos este breve repaso a la Historia hablando de la más grande. De la guerra más grande quiero decir, no de Rocío Jurado. Durante el nazismo, millones de alemanes encontraron lógico y normal cogerse de la mano y seguir los pasos de un loco. Aunque el triunfo y fracaso de esa voluntad llevara parejo el mayor genocidio de la Historia. Bueno, también es cierto que a esas alturas del partido, en Alemania se veía normal no conceder trato de persona a judíos, gitanos, homosexuales… Cosa que redujo el Holocausto a “ese hedor a carne quemada, tan repugnante y necesario, con el que ya me acostumbré a vivir”. Palabras textuales de Herr Erik Müller, vecino de Auschwitz que siempre se tuvo a sí mismo por un hombre de lo más normal. Al final, solo la bomba atómica pudo acabar con una guerra que había alcanzado escala planetaria. Y no fue suficiente con una. A Japón se le aplicó la severa ley del Petit Suisse, ahora Danonino. También le dieron dos.
Quiero terminar este descorazonador repaso a la Historia de la normalidad rompiendo una lanza en positivo por dos grupos humanos cuya contribución se consideró anormal muchas veces. Bravo por lo maravillosa y esencial que fue la presencia de grandes artistas y artesanos a los largo de los siglos. No solo son responsables de toda esa belleza que ennoblece nuestro pasado, y nos hace que queramos visitarlo, sino de una profunda sensibilidad que llega hasta nuestros días. Hay que mencionar también a todos esos científicos que, armados con la luz de su inteligencia, fueron capaces de arriesgar sus vidas para enfrentarse a los poderes más oscurantistas. Ambos colectivos se vieron obligados a dejar atrás la normalidad para inducir nuestro progreso.
Hace solo unos días que la OMS dejó de considerar la transexualidad como una enfermedad mental. Y todos deberíamos celebrarlo. No ya por la obligada solidaridad con el colectivo LGTBI+, que también. Aunque a más de uno se la traiga al pairo. No seamos estrechos de miras. Esta medida supone una nueva conquista en la ampliación del patrón de la normalidad y es, por tanto, un avance en la libertad individual de todos y cada uno de nosotros. Consecuencia directa de ello es que la Miss España de este año sea una joven transexual sevillana. “De cerca, nadie es normal”. Evitemos que en pleno 2018, la normalidad y su moral de vieja de pueblo sigan juzgando nuestras vidas. Es tarea de todos hacer que cualquier tiempo pasado parezca peor.