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Bea aragon
Fotografía: José Montero

Amamos el Carnaval de Cádiz

porque amamos las coplas.

Miguel Ángel García Argüez.

Sin apenas descanso, la anciana ciudad arrastra los pliegues de sus adoquines desde la casposa e impostada festividad navideña hacia el vientre más profundo de una celebración visceral y telúrica que la convoca cada año y en la que por supuesto se reconocen tanto sus gentes como la propia ciudad.

La copla su hija penúltima y primera comienza  a nacerse de nuevo. Y estirando poco a poco sus bracitos dormidos por el reloj que la ha ido gestando a golpe de guitarra, plumas y plumeros. Con alegría y miedo, la copla recién nacida alza el vuelo.

Decimos Carnaval porque decimos copla, es por eso que ya podemos decir Carnaval y enfrentarnos con la alegría naranja de quien sabe lo que esto significa (y sobretodo, lo que esto nos significa) a lo que nos acontece. Comienza la batalla y aunque no es la calle quien gobierna ahora nuestros coloretes, milagrosamente el teatro nos los pinta. El teatro es quien nos salva y nos prepara para lo que viene.

Se concluye, pues que la copla es la hija y madre de esta nuestra fiesta. Y que nace de la poderosísima bifurcación del mismo pueblo. Un pueblo que canta para contarse, para sentirse, para saberse pueblo que canta. Es por eso que no entiendo muy bien, aun sabiendo las reglas que no comparten la calle y el teatro, el teatro y la calle, porque existe esa frontera invisible que confrontan ambos escenarios. Por otro lado, sabemos que quienes provocan el tiquismiquismo y los prejuicios en formato “el concurso no es carnaval” o “la calle es un botellón” son en su mayoría las gentes que lo viven desde una cara o la otra cara de la moneda, es decir, de las gentes que hacen CARNAVAL.

Esto ocurre y seguirá ocurriendo mientras no entendamos la raíz de donde nace el frondoso árbol de la fiesta, esto ocurre y seguirá ocurriendo mientras no reconozcamos a nuestra madre y nos sintamos todos por iguales sus frutos.

Aquí, ahora, en esta ciudad que despeina sus huesos húmedos y se alisa la melena por todas sus azoteas, están pariendo coplas a diario. En un teatro de guardia y sin epidural posible recibimos a las criaturas con el abrazo y el beso más verdadero y un mes para eclosionar y un mes para nacerse tienen. En esta primera hornada las coplas van acomodándose en nuestra frágil y torpe memoria y se convierten en las hermanas mayores, por cuestión de tiempo de nacidas ni más ni menos, de las coplas que escuchamos en las calles. No hay posibilidad de copla única como tampoco hay posibilidad de comparar a las dos hermanas. Aquí, ahora en esta ciudad penitente y de cuchillos es CARNAVAL porque están cantando coplas fuere donde fuere. Aquí, ahora y dentro de un mes y medio en esta ciudad de camarones y veletas seguirá siendo CARNAVAL, porque seguiremos escuchando al pueblo que dice, al pueblo que siente, al pueblo en definitiva.

Salimos de capilla, autores, componentes y aficionados. Cantera, callejera, ilegal o comparsa. Coro, chirigota, cuarteto y romancero. Jurado, patronato, costureras y escenógrafos. Taquilleros, tramoyistas, pregoneras y mi alcalde. Tu abuela, mi vecina, la maestra y el chiquillo. Todos. Todos estamos convocados para el espectáculo, todos somos el espectáculo.

¡Salimos de capilla, oigan!

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