Tiempo de lectura ⏰ 2 minutitos de ná

Editorial redimensionada

El Tercer Puente es por esta vez una revista crítica hecha por mujeres, un espacio para designarnos con voz propia y para mostrar lo que somos y lo que hacemos. Este número viene con fotografías, ilustraciones, textos, maquetación y diseño web hecho por mujeres. Es la conquista de un espacio necesario, mucho más que una habitación propia, con la que recuperar el tiempo perdido.

Hace más de doscientos cincuenta años que se escribía en femenino en Cádiz. El primer periódico hecho por mujeres surgió aquí cuando una pionera, la periodista Beatriz Cienfuegos, editó una revista semanal como una conquista feminista. La experiencia cristalizó después de una apuesta de Carlos III por promover la prensa como un medio de formación de la sociedad y por integrar a la mujer en el mundo laboral. Ya entonces se sabía que ninguna sociedad puede renunciar al cincuenta por ciento de su capacidad.

La escritura y el feminismo siempre fueron de la mano, así que Beatriz Cienfuegos se dedicó a la crítica social, a contestar a los periodistas misóginos: “No, señores míos, hoy quiero, disponiendo el encogimiento propio de mi sexo, dar leyes, corregir abusos, reprender ridiculeces y pensar como vuestras mercedes piensan”. Denunciaba a una sociedad patriarcal que oprimía a las mujeres, rechazaba la acumulación de la riqueza, la Semana Santa y las tradiciones que tiranizaban a la sociedad. El periódico de Beatriz Cienfuegos se publicó durante cinco años tanto en Cádiz como en Madrid y sirvió de catapulta para algunos pequeños cambios sociales a pesar de que sus escritos provocadores y novedosos sólo los leyó una minoría que tenía acceso a ellos y a la palabra escrita.

La pensadora gaditana, que era así como se llamaba su periódico, sigue viva. O mejor, las pensadoras gaditanas que somos muchas estamos aquí para que no nos designen, para contar, mostrar y destacar temas que, sólo a través de la escritura femenina, llegan a la letra impresa. Hablamos de política, de feminismo, de títeres, de ciudadanía, de sororidad, de Cádiz y de nuestro acento, de la transformación de Medellín que es un ejemplo, de igualdad… Escribimos porque necesitamos espacio propio, porque hay que avanzar para recuperar tanto tiempo perdido.

Tiempo de lectura ⏰ < 1 minutitos de ná

Elena Poniatowska

Imaginantes* De sus dedos salen rayitos de sol que pintan el aire.

Tiempo de lectura ⏰ 4 minutitos de ná

Perlora portada copy

Demasiado emotiva me pongo cuando visito algo que merece la pena, abandonado a su suerte por la Administración y aún usado por la población. Las personas dan la razón de lo que merece la pena o no. Perlora, cerca de Candás, Asturias, es un ejemplo y provoca un paralelismo evidente con otro edificio que corrió la misma suerte en Cádiz: Tiempo Libre.

Perlora complejo
Complejo residencial de vacaciones de Perlora en sus años mozos.
Perlora ciudad de vacaciones
La ubicación de Perlora, desde Google Maps ya aparece destacado entre Candás y Gijón.

“Los obreros no merecen vacaciones”. Tuvieron que pensar tanto en Asturias como en Andalucía cuando ambas Juntas en los años 2006 y 2007 respectivamente cerraron sus complejos turísticos a pie de playa –y prau en Perlora–. Sin embargo, siendo en Cádiz casi imposible entrar en sus entrañas, en Perlora al ser un complejo de “bungalows”, la población sigue utilizando tanto sus instalaciones como sus alrededores, ya que el enclave es sencillamente espectacular.

Ayer flipé. Literalmente. Fui con mi familia asturiana allí y no cabía un alfiler. En Perlora es todo a lo grande, el súmmum de cualquier prau o playa asturiana. Si en los merenderos de alrededor de Gijón hay de vez en cuando una parrilla de ladrillo, en Perlora hay cuatro en cada módulo barbacoil. Si cerca de un césped hay un complejo deportivo que consiste en dos porterías ancladas en la hierba, en Perlora tienes el campo de fútbol de césped completo, el de baloncesto y fútbol sala de cemento, dos pistas de tenis y una de pádel de reciente creación. Minigolf –que sí que sí–. Hasta hicieron apeadero de FEVE –ferrocarril de vía estrecha, muy del norte– en su complejo. A esto le unes el edificio central que nada más entrar con el coche le dije a mi pareja “¿Esto qué es? ¿Qué hace esto aquí?” y me comentó algo de la historia del lugar, su auge y abandono. Su esplendor y su suerte.

Impresionante playa de perlora
Una de las playas de Perlora, y su acceso. De fondo el Camping llenito de caravanas.

Perlora nace en los años cincuenta, en pleno Franquismo, como complejo de vacaciones para obreros. El sindicato único estaba detrás de esto. Durante las décadas 60, 70 y 80, la ciudad estaba llenita de gente, y contaba con más de 200 trabajadores. Aún con pasado franquista, al descubrir Perlora y su estado -su distribución a priori pensada y con ejercicios de investigación de vivienda unifamiliar mínima de 1, 2 y 3 habitaciones-, experimenté una regresión al pasado estudiantil, cuando en Primero de Carrera visité otro complejo franquista abandonado y ahora recuperado: Los talleres de la Universidad Laboral de Sevilla.

No voy a negar que me pone mucho un edificio abandonado, más de lo que debería. En la maleza veo las historias vividas dentro y fuera; en los cristales rotos, la rabia del abandono; en los desconches y la oxidación, el envejecimiento sin cuidados. “La vejez es muy mala” pero sola más. Lo mejor de Perlora es que la gente sigue yendo. Y te encuentras a personas tomando el sol tanto en las terrazas de las casas abandonadas como en el césped y en las diversas playas de alrededor. Un borde costero con paseos y acceso a las calas y playitas bastante interesante. El mantenimiento sin embargo es mínimo, y la educación mejorable. Bastante sucio se quedó el césped cuando nos fuimos, y horrible el estado de los baños y vestuarios. Ahí sí que se nota el abandono. Aún así son “dos cositas” las que hay que hacer, para mantener Perlora. Y tres para no perder aquello. Ahora siente  algo entre el miedo y la pena al pensar que el Gobierno del Principado meta mano a eso y lo venda a cualquier promotor privado con pocos escrúpulos. Miedo de que ese cachito de prau se vuelva privado y se convierta en playa de vacaciones de lujo para unos pocos. Aunque de lujo lo es ya, porque tanto en equipamientos como en accesos, Perlora es lo que toda persona merece para su ocio. Aquí o en Pernambuco, el lujo debe seguir siendo de todos.

Dejo esta impresionante galería del estado de Perlora en 2013 por Dawlad Ast en Flickr. No me esperaba este despliegue y no llevé la cámara 🙁

Perlora Ciudad de vacaciones

Porque me gustan las propuestas y la gente que pone los problemas sobre la mesa intentando dar solución, enlazo el maravilloso trabajo de intervención «Un Futuro para Perlora» del compañero Adrián Cachán Vallina, arquitecto asturiano que propone un lavado de cara de aquello; reivindicando su valor social, uso colectivo y haciendo especial mención a la investigación urbana y constructiva, queriendo hacer partícipe a la Universidad como agente interviniente de la operación.

Fotografía de portada: María Alcantarilla

Tiempo de lectura ⏰ 3 minutitos de ná

Con la a

El lenguaje sirve para comunicarnos. A través de él expresamos nuestros pensamientos, sentimientos y opiniones. Describimos, cualificamos y cuantificamos lo que encontramos a nuestro alrededor, y determinamos cada objeto en femenino o masculino. Es por eso que no comprendo el rechazo y la sorna que provoca que algunas –más que algunos- queramos expresarnos a través del lenguaje inclusivo o no sexista, como quieran llamarlo.

La Consejería de Educación, en su II Plan de Igualdad, ha establecido la obligada utilización del lenguaje inclusivo en todos los centros educativos. A regañadientes algunos y algunas lo han incorporado en sus documentos administrativos. Queda por saber si la comunicación se realizará también de forma inclusiva dentro de las aulas. Un dato a tener en cuenta: ésta no es la única medida establecida en este plan, que abarca también iniciativas encaminadas, por ejemplo, al favorecimiento de la incorporación de la mujer a los ciclos formativos masculinizados o que concibe protocolos frente a la violencia de género o el acoso en las aulas.

Quieran o no sus detractores, y con independencia de lo que vengan a establecer las distintas normas, ya es imparable la transformación del lenguaje en este sentido. Y eso se puede ver en las nuevas generaciones de jóvenes. En las aulas, por ejemplo, cada día es más común que el alumnado utilice para dirigirse a su grupo el femenino y el masculino. En mi caso también lo percibo en mi entorno familiar, en mis hijas. Para muestra un botón. No hace mucho mi hija la “mayor”, mirándose al espejo, preguntó sobre una cuestión de su cuerpo. La respuesta que recibió fue: “los hombres somos así”. Ella miró extrañada e inmediatamente contestó: “pero si soy una niña”. ¡Ahí está! La alusión “genérica” fue claramente confusa para ella. ¿Cómo alguien podía darle una respuesta en referencia al sexo masculino? “¡No tiene sentido!”, debió pensar. Ambas –mis hijas- mencionan en sus conversaciones el femenino y el masculino cuando el grupo está formado por niños y niñas. Y no pasa nada. Absolutamente nada.

Porque esto es tan simple como darnos cuenta de cómo nos sentimos, o al menos, nosotras, y de no caer en las trampas del sistema patriarcal que sigue empeñado en invisibilizar a las mujeres. Una de sus formas a través del lenguaje. No se trata de reglas gramaticales u ortográficas o de ‘mega’ estudios lingüísticos, es simplemente si me doy o nos damos por aludidas cuando alguien refiere ese mal llamado –al menos para mí- genérico masculino. Porque si estoy en un claustro de mi centro escolar y el Director o Directora refiere lo que debemos hacer los “profesores”, que quieren que les diga, entenderé que la orden no va dirigida a mí. Y si estoy en mi aula y anuncio a mis “alumnos” que deben hacer unos ejercicios, comprenderé que ellas –las alumnas- no se pongan manos a la obra. Y claro en estos momentos alguien pensará menuda estupidez. Sí, es verdad, lo será para ti, que o bien eres hombre y por lo tanto siempre has estado integrado en el lenguaje, o lo es para ti –mujer- que quieres mantener las reglas ancestrales inventadas por hombres y que vienen “machaconamente” a impedir que la mujer sea visualizada.

¡Qué importante es el lenguaje! Y si no que se lo digan a las deportistas que estos días dan lo mejor de sí en los Juegos Olímpicos representando a sus países para que algunos sólo tengan palabras sobre su aspecto físico o su estado civil, y de soslayo hablar sobre el tiempo que emplearon en la prueba. O que se lo digan a las mujeres que luchan día tras día por la materizalización de la corresponsabilidad en las tareas domésticas, y se encuentran con el “te ayuda”.

Los tiempos cambian y el lenguaje también. Se suprimen palabras. “Señorita” debería ser una de ellas, como ya ocurriera en francés, por su connotación peyorativa y por suponer una intromisión en nuestra intimidad.

Hasta no hace mucho me sentía una mujer acomplejada en el uso del lenguaje inclusivo y ello porque siempre quise que me llamaran como lo que soy y me enfadaba cuando no lo conseguía. Ciudadana, trabajadora, profesora, madre, hermana, hija y, en un tiempo atrás, concejala. Ahora, sin complejos, exijo que si quieren que les oiga deben dirigirse a mí, y ello pasa por el uso del femenino, de la A –que no de la “arroba”-. Sororidad, señoras, sororidad.

Fotografía: María Alcantarilla

Tiempo de lectura ⏰ 3 minutitos de ná

De puertas para adentro

“Lo personal es político” fue el lema de Simone de Beauvoir que invitó a las mujeres a asaltar la frontera entre lo privado y lo público, el mito instituyente de los límites de la libertad femenina, de las opciones vitales, de la palabra dada. El asalto de lo público para las mujeres ha sido más que una batalla por la representación política, una guerra por el poder. A fin de cuentas, no se trata de debate y consenso sino de una confrontación en la que se polarizan las posiciones.

Los escenarios del patriarcado son las batallas, donde la clave del poder hace lógica la lucha cuando no hay interés por transformar ni siquiera por el logro de la paridad. Si las cosas fueran de otro modo sería un diálogo, pero no hay cabida para nada de ello entre los intereses que se entrecruzan y de los que resulta como una única solución la concesión aparente de cuotas, como un modelo de reproducción del propio patriarcado. La paradoja es que la independencia de las mujeres las liga a los Estados y a los servicios públicos. Y todavía más, ahora que lo público comienza a vestirse de privado, se mantiene el estímulo para que las mujeres reproduzcan el cuidado y el trabajo doméstico más allá del hogar, en los empleos a los que tienen acceso y en los que hay otra oportunidad de explotación, para que nunca vivan la experiencia de lo público como propia.

Bajo el principio liberal de la libertad individual, se protegen los espacios privados y los personales. Así, cuanto más se fortalece lo individual, más se destroza el concepto de lo público. Cuando se abren las fronteras entre estos mundos vemos las formas perversas con las que el sistema viene ocultando cómo se asignan los roles. La dinámica se reproduce en el mundo laboral, de puertas para adentro, la desigualdad de salarios se mantiene como un modo de control de la autonomía de las mujeres, oculta bajo formalismos, lenguajes y modos aparentemente igualitarios. El desempleo golpea a las mujeres y las mantiene en la economía sumergida, en el trabajo solidario y altruista; a ellas, que atrapadas en un sueño de barro ni siquiera alcanzaron el techo de cristal.

Los poderes públicos abandonan a la ciudadanía para que cada cual se encargue de su propio cuidado, en medio de la pérdida de los derechos del estado del bienestar. Para salvar estas diferencias y construir un tejido social y colaborativo, el desarrollo de la ciudadanía hubiera sabido encauzarlo, pero cuando la democracia parece a expensas de la economía y nuestras pautas de consumo marcan más que nuestra participación política, no se trata de ciudadanía, sino de poder.

La televisión y la publicidad trabajan en la representación de las mujeres como el modo de control sobre cómo se las piensa, cómo se las percibe. La violencia simbólica mantiene el reparto desigual y el papel subordinado de las mujeres, la abnegación, la fuerza del trabajo del amor doméstico y el espíritu desinteresado. Las políticas lingüísticas ayudan a cambiar las cosas, pero son sólo una herramienta. Que en Estados Unidos se haya generalizado el eufemismo de afroamericano para designar la diferencia étnica, ello no significa que las condiciones de vida de esta población hayan cambiado sustancialmente. Por eso, si basamos la acción tan sólo en este aspecto, contribuimos a la construcción de un ámbito simbólico pero no a una transformación social.

La invisibilidad es el mayor símbolo del régimen de explotación. No hay crítica para la reproducción de la reproducción, para el esfuerzo sobrevenido del desentendimiento de los servicios públicos, para el trabajo invisible de cubrir de forma elástica las demandas, necesidades y dificultades crecientes. La violencia oculta, la silenciosa, es la que tiene lugar de puertas para adentro.

Mientras no se entienda que lo político no es el ejercicio del poder sino la búsqueda de las soluciones a los problemas humanos y colectivos, la fuerza neoliberal nos obligará a replantear de qué forma “lo personal es político”. Nadie peleará por la ocupación del mundo doméstico, por su valor simbólico ligado a lo tradicional, por un mundo de violencia naturalizada. La lucha debería seguir ahora con un cambio de rol en el que los hombres ocuparan los espacios privados, vivieran la vida con otros ojos, lucharan contra la desigualdad. La corresponsabilidad es la democracia de lo cotidiano, la forma de visibilizar los espacios privados. Porque la revolución es personal, de puertas para adentro.

Fotografía: María Alcantarilla

Tiempo de lectura ⏰ 3 minutitos de ná

Y a casa sin barrer

¿O es que no reconoces a tu hermanos

cada vez que se cambia de camisa.?

Alberto Porlan

Por más campanas que callen hay cosas que no se olvidan. La enfermiza y amarilla hierba del agosto más perverso no olvida que tiene que crecer con las primeras gotas del otoño. Tampoco se olvida la gaviota del festín de carroña fresca que le ofrece el mercado cuando cierra sus puertas cada día. Ni las olas se olvidan de su espuma, ni las piedras de ser piedras. Por más campanas que callen, la manada de felinos que se acurrucan en el campo del sur agradecen y esperan y no olvidan a la persona que, día tras día, les llena los huecos y rincones de sus barriguitas redondas hasta el ronroneo más sincero.

No se olvidan algunas cosas aunque los tiempos pasen con temor a reconocimiento.

A las agujas del tiempo parecen ahora temblarles las piernas. Ahora tienen miedo, ahora que ya es tarde para pagar todo el dolor que inyectaron en la sangre de los otros. Es por eso que siguen  escondiendo su vergüenza, quitando el hierro que no le sobra al asunto, forjando patéticos escudos de hojalata para protegerse de sus propias manos. Hemos visto cómo cruzan los dedos para que nadie descubra su yincana de injusticias, las trampas de su juego macabro, sus trofeos de huesos rotos apilados en las grietas de sus almohadas, ese desguace de muertes donde han acomodado los restos de sus memorias carcomidas y sus intocables cabecitas cobardes durante campanas y campanas y más campanas de la cuenta. Permanecen respirando nuestro silencio, deseando nuestro olvido, rezando cada noche con la plegaria de sus crímenes en el fondo de sus gargantas, susurrando por los pasillos de sus palacios: que nadie escarbe, que nadie encuentre, que nadie sepa. Como alimañas se relamen sus bigotes temblorosos y asustados en la penumbra de sus lujosas alcobas. Asustados, pero se relamen.

Una guerra entre hermanos no se condena, una guerra entre hermanos hay que olvidarla. En todas las casas se cuecen habas, aquí todos partimos piñones. No se condena a un hermano, el pasado es pasado. Una guerra entre hermanos no es una guerra.

Pero han pasado cosas que no hay campanas que callen y la casa está sin barrer y si tú eres mi hermano, perdona, pero no te reconozco con esa camisa planchada. La raya de tu pelo no es igual que la mía, no te reconozco en tu palabra, no te reconozco en mis heridas, no te reconozco en el miedo, no te reconozco con esos zapatitos tan brillantes y tan limpios.

Así que déjate de pamplinas y come rabitos de pasas y no me digas que eres mi hermano y anda el camino conmigo. Las campanas están sonando desde hace tiempo, dame la mano y vamos juntos que ya es hora de enterrar su llanto. Anda y come rabitos de pasas y no me digas que el pasado es pasado, no digas más que eres mi hermano y corre a lavarte esa cara que hace tiempo que quiero verte, hermano, y hace tiempo que no te veo.

Habrá quien te perdone, hermano mío, pero mientras tanto vamos a seguir escarbando en tu miseria, escarbando en tu palabra. Vamos a partir tus piñones y a cocer todas tus habas. Habrá quien te perdone, hermano mío, pero mientras tanto ayuda a enterrar nuestro dolor, a enterrar nuestra historia, a enterrar vuestro crimen. Hermano, habrá quien te perdone pero mientras tanto ven conmigo a enterrar a nuestros muertos porque el pasado es pasado pero más vale tarde que nunca.

Las campanas, hermano mío, hace tiempo que están sonando y tú todavía tapándote los oídos.

¡Anda corre y lávate esa cara!

Fotografía: María Alcantarilla